El grito del tiempo acecha a todos, sobre todo a los que
la edad les provoca un peso mental más mucho mayor que el físico. Es curioso, algo tan abstracto, tan
indeterminado o tan inexistente como es el tiempo, nos marca los ritmos de
ansiedad de nuestras vidas.
El tiempo juega con sus novias, se contonea con el amor,
el dinero y con la salud. El tiempo, tan necesario y tan etéreo. El tiempo, tan
marcado y tan inadvertido.
El tiempo no se lleva bien con los disfrutan del día a
día, de los que viven el momento pero sin ser forzado. El tiempo se lleva muy
mal con los que llegan tarde, de los que se ríen de una arruga delicada o de
las cicatrices más profundas. El tiempo tiene como principal enemigo a los
locos de atar, a los que se pueden llevar horas mirando el sol, el mar, la
montaña o a un hij@ sin cansarse y sin desesperar. El tiempo discrepa de los
que besan a deshoras y abrazan sin complejos y miedos, estemos dónde estemos.
Pero también la realidad es otra, el tiempo juega siempre
a su favor, desata los ritmos de nuestras vidas y del resto. Nos carcome en el
presente, futuro y futuro lejano de nuestros hijos e hijas. El tiempo da las zancadillas
más salvajes a los estados de salud más delicados, y hasta sin ser delicados. ¿Cuánto
nos queda? ¿Cuánto te queda? ¿Podré vivirlo? ¿Cuánto dudará el sufrimiento
personal y ajeno? El tiempo lame la muerte, extirpa la vida de lo que ya ha
pasado y se prepara para el presente. El paso del tiempo y la muerte están
unidos en una cumbre donde no hay vuelta atrás, donde vamos acumulando
sentencias al mirarnos en los espejos de nuestras vidas.
El amor y el tiempo son ellos mismos; juiciosos, presumidos
y perversos. El tiempo es la apisonadora que fastidia las ilusiones más
hermosas de nuestros inicios, también son el modelo a seguir cuando se
extienden. El tiempo y el amor también ayuda a reflexionar sobre si el camino
es el adecuado o no, nos tambalea las estructuras más rígidas de los corazones.
Nos cuestiona si este es el amor verdadero, si ha pasado, si el tiempo ya ha marchitado
las rosas regaladas de antaño. Nos dicta cuántas emociones nos quedan por vivir
y soñar, pero para de nuevo volver al círculo que ahoga en ocasiones el paso
del tiempo.
El tiempo y el dinero es la pareja más inestable. Se
escapa en una noche o se guarda para toda una vida con el fin de la nada. Se
dedica la vida a ello, para llegar a algo que veces no sabemos ni definir, ¿Qué
queremos? ¿Qué necesitamos? ¿Para mí? ¿ Para ellos? ¿Para el presente? ¿Para el
futuro? El dinero puede dar mucha felicidad, pero el tiempo es una losa que
pasa puede pasar por las inmensas fortunas y de forma incompresible derrumbar
las mentes menos esperadas. ¿Y el que desespera? El que nunca ha tenido a nada
sólo desea que el tiempo cambie su situación, y lo único que pasa es eso, el
tiempo. Con una lucha incesante de ver como la vida se escapa sin proyectos
hipotéticos de felicidad. El tiempo no se puede comprar con dinero, se puede
intentar, pero nunca llegas a una adquisición real.
El tiempo nos marca los ritmos de nuestros pasos, de nuestros deseos y nos
pone decoros en nuestra piel. A veces, es necesario respirar de verdad, olvidar
si es de día o de noche, sin horas, sin citas, abrazar el alma de los que lo
merecen y besar la vida con todas tus ganas.
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