viernes, 25 de junio de 2021

BOCAS AL VIENTO

 A pocos minutos de ventilar sonrisas enigmáticas en el exterior me atrevo a dejarme llevar por las letras que van saliendo por mi cabeza.

Dar una una vuelta y pasear antes del nuevo estallido emocional de la sociedad provoca escuchar por mis oídos todo tipo de celebraciones, desde las más ridículas, estúpidas e incluso algunas divertidas. Ya sabemos como somos, no tenemos remedio, aunque el agotamiento acumulado genera situaciones inevitables.

Llega un paso más a la normalidad, la que aún se añora, la que aún no sabemos realmente cual es, los labios comienzan a hablar, la voz empieza a sonar mejor y la dentadura se viste de su mejor gala.

La humedad y la protección generada se abandona por momentos de nuestros cuerpos, para dar paso a una virulencia real en nuestras gargantas, a los besos más atrevidos en público y a la desprotección de un rostro, que quizá, haya encontrado hasta acomodación en la más profunda intimidad.

Vuelven las caras al exterior, por ahora, la expresión facial se viste de gala y fiesta en las calles. Algunos deseosos de ver y recordar nuevos rostros, otros por el deseo de respirar a pleno pulmón y muchos, por dar luz y color a unos labios irreconocibles de vida y tristeza

Bienvenidas las sonrisas y a los rostros impertérritos, todos desalojan, embriagados de deseo,  los filtros que han salvado tantas vidas.

Hoy serán lanzadas a suelo, depositadas en papeleras, lanzadas al aire o hasta quemadas al viento como un mal molesto, mezcla de rechazo y necesidad.

Es hora de dar un paso más para esa añorada y extraña naturalidad que todos deseamos, de todos depende el avance y el retroceso, de nuestra cordura y de nuestra locura.

Nos acercamos a aquel marzo, donde empezó todo, casi dieciséis meses, nada en un tiempo histórico, pero mucho lo padecido y nada de lo aprendido.

Hasta la próxima.



lunes, 22 de marzo de 2021

RECUERDOS DE VIDAS IRREALES

 

   Llevo dos fines de semana observando como la vida se desvive entre los jóvenes, y no tan jóvenes, como si la calma y la paciencia nos dieran reacción alérgica. De jueves a domingos la calles se van llenando de explosiones y exposiciones de alegría, como si no hubiera un mañana. El bullicio comienza a hablar por las calles primaverales llenas de nuevos aromas. Aromas bañados en risas, abrazos y alcohol.

   Disfruto desde mi balcón y de mis paseos en bici de las risas sin aliento que llegan al alma, mientras se cuela hasta la cocina una Martin Miller con Sweeps de suave perfume. 

   Observo con admiración como bajamos el umbral del miedo y del peligro; cansados de mascarillas, de vacunas dudosas y de horarios restringidos. Es como si quisiéramos dar una sacudida a la penitencia del año anterior, a la cual no nos queremos ni asomar a aplaudir.

   Veo a personas agotadas y que gritan al viento libertad, cuando realmente nunca la han tenido porque ellos mismos ataron sus cadenas al suelo. Muchos van desenfrenados y enloquecidos por salir del cierre perimetral para recorrer el mundo entre mantas y carreteras, sin un destino concreto, cuando, realmente, nunca han salido de una vida que tiene cuatro esquinas. Otros exprimen la última gota de cada gota, la última copa de cada copa, terminando en un zigzagueo anticipado, cuando realmente siempre lo han hecho, pero acompañando a lunas más nocturnas.

   Queremos recogernos al alba como en ataño, como si al día siguiente nuestros hijos  ya no estuvieran para darnos la campana de salida del amanecer mortificando nuestros cuerpos más marchitos.

    Deseamos la vida, el viaje, el vuelo, saltar y cantar en conciertos. Casi seguro nada diferente a lo que deseábamos antes de la pandemia, nada cambia.

    El hambre por la vida nos hace soñar y soltar amarras en ocasiones, dejándonos llevar por un momento idílico, necesario, para unos repetidos muchas veces y para otros tomado a sorbos en momentos puntuales. Todos quieren sentir esas pincelada de alegría, para posteriormente llegar a una realidad que nos sacude y nos pone de nuevo en nuestro sitio.

     Volveremos a la normalidad, no sabemos cuando, el ritmo del aprendizaje del ser humano ha sido escaso. No aprendemos ni aprenderemos, solo hay que ver la realidad; mascarillas de postín, distancias que se acortan, manos que vuelven sucias o salvoconductos de cartón piedra.  Nada que sorprendernos, somo así de imbéciles. El ser humano aprende cuando nota el miedo en los talones de una UCI o de un familiar cercano que ya no está aquí para contarlo, nos llega la realidad y nos da de bruces .

   Mientras, sigamos soñando con la vida añorada, esa que fue saboreada pocas veces por tener unos bolsillos vacíos, y que se asomará de nuevo a la realidad y nos pondrá en nuestro sitio.

    Me abrazo al día, mañana ya es demasiado.