A pocos minutos de ventilar sonrisas enigmáticas en el exterior me atrevo a dejarme llevar por las letras que van saliendo por mi cabeza.
Dar una una vuelta y pasear antes del nuevo estallido emocional de la sociedad provoca escuchar por mis oídos todo tipo de celebraciones, desde las más ridículas, estúpidas e incluso algunas divertidas. Ya sabemos como somos, no tenemos remedio, aunque el agotamiento acumulado genera situaciones inevitables.
Llega un paso más a la normalidad, la que aún se añora, la que aún no sabemos realmente cual es, los labios comienzan a hablar, la voz empieza a sonar mejor y la dentadura se viste de su mejor gala.
La humedad y la protección generada se abandona por momentos de nuestros cuerpos, para dar paso a una virulencia real en nuestras gargantas, a los besos más atrevidos en público y a la desprotección de un rostro, que quizá, haya encontrado hasta acomodación en la más profunda intimidad.
Vuelven las caras al exterior, por ahora, la expresión facial se viste de gala y fiesta en las calles. Algunos deseosos de ver y recordar nuevos rostros, otros por el deseo de respirar a pleno pulmón y muchos, por dar luz y color a unos labios irreconocibles de vida y tristeza
Bienvenidas las sonrisas y a los rostros impertérritos, todos desalojan, embriagados de deseo, los filtros que han salvado tantas vidas.
Hoy serán lanzadas a suelo, depositadas en papeleras, lanzadas al aire o hasta quemadas al viento como un mal molesto, mezcla de rechazo y necesidad.
Es hora de dar un paso más para esa añorada y extraña naturalidad que todos deseamos, de todos depende el avance y el retroceso, de nuestra cordura y de nuestra locura.
Nos acercamos a aquel marzo, donde empezó todo, casi dieciséis meses, nada en un tiempo histórico, pero mucho lo padecido y nada de lo aprendido.
Hasta la próxima.